Álvaro de Marichalar, el ex cuñado déspota de la Infanta Elena, está nuevamente enamorado de una joven que responde al nombre de Melisa. Junto a ella ya se deja ver en público y no se corta a la hora de dedicarle gestos tiernos. Sin duda, el corazón noble del aventurero bombea con fuerza. Es innegable su buena planta y también su buen gusto, pues Melisa es muy atractiva y se ha aclimatado muy bien al entorno de los Marichalar.
Y de su imagen más dulce junto a su novia, pasamos a la más pedante y altiva que ofreció Álvaro hace algún tiempo cuando utilizó un servicio de coche compartido para trasladarse a Madrid. Los que viajaban con él quedaron francamente impresionados de cómo se las gasta el noble que, por supuesto, niega que tal cosa sea cierta y acusa a la garganta profunda responsable de la filtración de buscar su minuto de gloria en los medios.
Todo sucedió cuando Marichalar conectó con la red de Blablacar y pidió que le pasaran a recoger por Santo Domingo de la Calzada, algo que, según Sabina Urraca, responsable de narrar esta odisea, no pudo ser ya que el conductor había indicado que no hacía desvíos. Por tanto, acordaron otro punto de encuentro. Esta fue la impresión que causó el noble al subir al coche: “Era un señor alto, como recién salido de una fiesta en Ibiza con el Conde Lequio. Pantalón pescador de lino, castellanos sin calcetines, camisa de lino azul marina y un poco arrugada. Bronceado estridente, casi naranja. Y, cómo no, ristra de pulseras ibicencas en la muñeca, con una cintita con la bandera de España asomando orgullosamente entre ellas. Desde el momento en el que entró en el coche dio la impresión de que estaba absolutamente pirado”.
La opinión de la catástrofe
Lejos de respetar las normas de convivencia en un coche, Álvaro se comportó así: “Sus conversaciones telefónicas sucedieron todas ellas a un volumen tan estridente que no sabía si realmente quería pavonearse de su vida high class o el respeto por los demás no entraba en su cerebro anegado de sangre azul. Todo giraba en torno a propiedades, eventos y euros. Cada cantidad que pronunciaba me hacía estremecer. Salieron a relucir inversores, materiales nobles, mármoles y buenas maderas. Practicaba un peloteo extremo, casi vergonzante, con cada una de las personas con las que hablaba. Cada frase era una mentira, un despropósito, una lamida de culo siempre dicha desde la altivez más extrema»,
Y continúa: «Casi se podía oler la desesperación de la jovencita moderna, sentada allí a su lado. En los asientos de delante, el karateka y yo intentábamos retomar nuestras conversaciones de pueblo llano, pero, con su charloteo estridente, ni siquiera nos oíamos bien. Terminamos desistiendo. En aquel Blablacar, el único que podía hacer blabla era Álvaro de Marichalar, sentado con las piernas bien abiertas, ocupando el espacio que por linaje le correspondía. Entre llamada y llamada, el Hermano Aventurero nos obsequiaba con preguntas lerdas para las que no esperaba respuesta, y gruesas píldoras de su vida. Su discurso rozaba el desvarío”.
Sabina Urraca titula su experiencia como Pesadilla en Blablacar y así la finaliza: “Ni siquiera me rebelé ante el trato burlón y despectivo que nos ofrecía. Me comporté, en suma, como el pueblo acogotado, extenuado ante tanta cara dura, del que formo parte. Álvaro de Marichalar nos robó el tiempo, la conversación, el espacio, la tranquilidad, nos minó la moral. Y todo ello lo hizo con la sonrisa de suficiencia del que tiene la seguridad de merecer cada cosa que exige”.