Mireia Belmonte comparecía ayer en el Museo de Cera de Madrid para descubrir la figura que, desde ahora, podrá verse en los bajos de Colón. Un acto solemne en el que la olímpica mostró su cara más tímida. Con evidentes signos de cansancio, Mireia agradeció la presencia de los medios y, sobre todo, el gesto del museo «porque es, para mí, un homenaje muy bonito. Gracias por el trabajo que habéis hecho porque, incluso las uñas del muñeco, son las mismas que llevaba yo en Brasil en los Juegos Olímpicos». Todo transcurría con natural formalidad hasta que el siempre genial Gonzalo Presa, director del Museo, permitía que los periodistas convocados pudiéramos hacerle algunas preguntas a la deportista.
Rompí el hielo con la pregunta necesaria tras las informaciones sobre el presunto escarceo que su novio, Javier Herranz, había mantenido durante meses con Alba Carrillo. La voz de su padre irrumpía en ese momento en el corrillo periodístico: «No, mira, nos tenemos que ir ya, de verdad que nos tenemos que ir», ante el asombro de los allí congregados. Tal fue el bochorno, que Mireia se vio obligada a agachar la mirada y responder: «prefiero no hablar de eso, mi carrera deportiva es suficientemente importante como para hablar de otros asuntos. Todo está bien entre nosotros y desconozco si hay comunicaciones entre ellos dos, yo no me preocupo de esas cosas».
Fue al término de la convocatoria cuando éste que les escribe se acercó al padre de Mireia para preguntarle porqué, en contra de su mujer, decidió no pasar por el photocall con la figura de cera: «Porfavor, llamen a seguridad para llevarse a ese señor», espetó a voz en grito. Las carcajadas del resto de periodistas y fotógrafos sonaron al unísono. Un gesto realmente sorprendente que embrutece la imagen de Mireia que, para su desgracia, es protagonista de un escándalo que todavía está en barbecho. Pero no por demasiado tiempo.