Sí, lo confieso. He llorado viendo a Alfred y Amaia asomándose en la portada de Lecturas. En ese reportaje gráfico impresionante de Enric Bayón y que Luis Pliego ha sabido vender como nadie. Me he acordado de aquella noche, en pleno Paseo de La Habana, cuando mi primer novio me dejó después de cuatro años. O aquella tarde en la Castellana cuando lo hizo el segundo con el sol parpadeando en sus grandes ojos marrones. Él fue mi Amaia aquel gélido noviembre en el que yo también intenté retener lo que ya no era mío.
Observo su dolor y es el mío. También el tuyo que me lees mientras recuerdas las noches vacías recordando el ayer. Me enternece su fragilidad, esa sensibilidad desatada buscando resistir. Es joven, guapo y exitoso. Saldrá adelante, pero que te rompan el corazón es un dolor francamente insoportable. La vida sigue, sí, pero ya nada es igual. Ni lo será.
Me gustaría abrazarte, pequeño. Decirte entre susurros que todo va a salir bien. Has despertado en mí un sentimiento proteccionista que tendré que resolver de alguna manera. Entiendo cada uno de tus gestos, cada uno de tus versos, cada grito en los ojos. Sé que piensas que ahora se acaba todo. Que no hay salida, que no hay luz, que no hay nada que pueda compensarte. El dolor del amor no tiene comparación a ningún otro. Ni siquiera al físico. La muerte duele menos, estoy seguro.
«Te quedan muchas lágrimas por derramar y muchas noches en vela, ansiolítico en mano y borracheras emocionales»
Es pronto, te quedan muchas lágrimas por derramar y muchas noches en vela, ansiolítico en mano, y borracheras emocionales. Pero saldrás adelante. Céntrate en lo que te viene, en tu disco. Aparca tu cuerpo en todos aquellos cuerpos que te deseen y fluye, hazlo sin miedo, sin nostalgia, sin temores. Y cuando el amor vuelva a zarandearte, ábrete. Deja que entre. No siempre el amor duele. Y la sensación, créeme, es simplemente inolvidable.