Se acabó el amor de tanto usarlo. Y esta vez no es ningún montaje. Chiquetete y Carmen Gahona han roto. Hacía mucho tiempo que la relación hacía aguas. Altibajos que la pareja intentaba subsanar, al menos en lo mediático, dándose muestras de afecto en público o riéndose a mandíbula batiente. No hacían vida marital. Apenas tenían aficiones parecidas y las discusiones eran más que continuas. Harto del control que ejercía sobre él, Antonio ha decidido que su relación llegue a su fin. Por el bien de ambos, por el bien de todos.
«A pesar de que Carmen, la bravucona, arremeterá contra este periodista y desmentirá con contundencia la información, hace más de un mes que no comparten techo»
Me aseguran que la decisión es definitiva y que la misma está motivada, pensada y reflexionada. A pesar de que Carmen, la bravucona, arremeterá contra este periodista y desmentirá con contundencia la información, hace más de un mes que no comparten techo. Él pasea felizmente lánguido por la cálida Punta Umbría y ella, encaramada a un recuerdo sin vida, sigue enclaustrada en la casa de un pueblo de Sevilla. No hay apenas comunicación entre ellos y, aseguran, Chiquetete hace vida completamente alejado de las pretensiones de Carmen. De hecho, fue uno de los invitados a la preciosa boda que la cantante María Toledo celebró hace unos días.
Su hija, su gran refugio en tiempos difíciles
Muerto el perro, debería acabarse la rabia. Tras la ruptura, tal vez sería el momento perfecto para que Antonio regresara a los brazos de Amparo Cazalla, su primera mujer, y de su hija Rocío, la que más y mejor le quiere cuando las cosas no salen del todo bien. Chiquetete es consciente de que ellas son su mayor refugio pero, en ocasiones, su comportamiento parezca más bien lo contrario. Rocío, toda nobleza, justifica hasta el agotamiento, mira hacia otro lado y defiende la fortaleza de su padre. Es el ejemplo de que el amor de un hijo también puede ser incondicional.