Querida Amaia. Me pregunto cómo debo escribir estas lineas para que no te sientas herida. No tomes esto como un ataque, como una crítica, como una mofa. No lo es. Mis líneas son las de todos los que crecimos con tu música, los que nos emocionamos con tu voz de terciopelo. Los que lloramos contigo el desamor y los que vencimos al miedo de lo desconocido. Debes alejarte de lo que te está desvirtuando. Huir. Soltarte de la telaraña en la que estás atrapada.
Te miro y no te reconozco. Y no porque tus curvas ahora sean más pronunciadas. Tampoco porque tu rostro se haya convertido en una oda a la toxina botulínica. No encuentro tu estrella, no huelo tu don. Estás perdida en una inmensidad de la que nadie te ayuda a salir. Imagino que porque, incluso en este estado de continuo desatino, sigues siendo rentable. Te están haciendo creer que los últimos errores sobre los escenarios son fruto de fallos técnicos, te mantienen en una mentira de la que debes despertar. No te miento, Amaia. Te veo impostada, irreal, desdibujada. Intuyo que, además, tus evidentes problemas profesionales han acabado por mermar también tu autoestima. Permaneces balanceándote en un victimismo que no te suma, te resta.
Tienes actitudes que nadie entiende. Comentarios, escritos, palabras, que suenan a vacío. A depresión. Tal vez a desorientación, a terrores nunca vencidos.
No entiendo -y tal vez tampoco perdono- que nadie de tu confianza haya dado un golpe en la mesa para abrirte los ojos. No concibo que los responsables de la discográfica para la que trabajas miren hacia otro lado mientras te deshaces como una figura de barro en alta mar. Te deslizas por el alambre sin darte cuenta que tus anclajes están rotos. No te van a sostener en la caída que, vaticino, será más pronto que tarde. Lamento que te enzarces con compañeras como Malú que, lejos de arrastrarte hacia la humillación, han defendido que tu nuevo físico no puede influir en tu profesionalidad.
Tienes actitudes que nadie entiende. Comentarios, escritos, palabras, que suenan a vacío. A depresión. Tal vez a desorientación, a terrores nunca vencidos. No soy médico y no quiero prejuzgarte. Mucho menos quiero condenarte. Lo único que deseo es que alguien escuche tus gritos desesperados y te ayude a salir de allí donde estés. Que tu voz vuelva a sonar con la armonía con la que me hiciste soñar cuando no levantaba ni medio palmo del suelo. Será cuando te buscaré para volver a colgarte en el techo de mi habitación y poder dormir con el destello de la estrella. De tu estrella. Yo te espero.