Francisco Rivera es el protagonista involuntario de una fábula que se ha escrito muy a su pesar. Le señalan como un traidor capaz de vender a su hermano para favorecer a una agencia de prensa. Le acusan, sin medida, de haber filtrado el destino que Kiko Rivera e Irene Rosales escogieron para disfrutar de su luna de miel. Una afirmación, nada baladí, que ha suscitado un gran interés en los medios y que más que una revelación periodística, parece un ejemplo evidente de las guerras entre las agencias.
Fue Gustavo González el que dio la voz de alarma. El que tildó de traición algo que para muchos es una mera coincidencia. Asegura que los reporteros gráficos que se han encargado de inmortalizar al hijo de la tonadillera forman parte de la agencia propiedad de Álvaro García Pelayo con el que Francisco Rivera mantiene una estrecha relación. Un vínculo personal que se remonta a la década de los noventa en plena efervescencia de la inolvidable Carmina Ordoñez.
Pero Francisco mira al frente con tranquilidad. Hay asuntos en los que prefiere no enrolarse. No quiere dar importancia a unas acusaciones que caen por su propio peso: «prefiero no entrar«, me dice con el respeto y la delicadeza que emplea cuando se le pregunta con similares modos. Y es que solo es necesario un mirada para saber que él jamás vestiría el traje de la deslealtad. Y más con un hermano al que le ha ayudado y perdonado. Resulta curiosa, por tanto, la fijación de cierto sector de la prensa ensimismado en embrutecer la imagen de Francisco con este asunto, sin reparar en todo lo que él ha hecho por el hijo de Isabel Pantoja. Porque de su generosidad, nace el clima cordial reinante.