Asisto impertérrito a una moda peligrosa. La frívola decisión de poner precio a las enfermedades. Hace solo unos días, Terelu Campos comparecía en Sábado Deluxe para anunciar que se le había reproducido el cáncer de mama. Un día antes, Alessandro Lequio convocaba a la prensa en el nuevo restaurante de su hijo para confesar que Álex recibe tratamiento en Nueva York para luchar contra la enfermedad. Hoy es Carmen Borrego la que, a través de la revista Lecturas, explica que también sufrió cáncer de útero.
A pesar de que todos coinciden en el argumento de la importancia de la visibilidad, tengo la sensación de que el cáncer se ha convertido en un tema recurrente para ganar dinero. Llenar las arcas a costa de lo que sea. Y no, el cáncer no es una infidelidad o un cambio drástico de peso. Es una enfermedad contra la que muchos luchan desde la desesperación.
Tengo el convencimiento de que dar visibilidad a ciertas dolencias ayuda a combatirlas. Da fuerza a quienes sufren desde el silencioso anonimato. Testimonios como el de Conchita Wurst confesando que convive con el VIH permite concienciar a la sociedad. Convertir en natural lo que hace años significaba la repudia social.
La importancia de la forma
Recuerdo con nitidez la tarde en la que Encarna Salazar explicó que tenía cáncer. Lo hizo en una emotiva rueda de prensa. Abrió su corazón para todos los medios. Igual que Rocío Jurado cuando convocó a los periodistas en su casa para confesar que el cáncer había afectado a su páncreas. Pau Donés, de Jarabe de Palo, usó las redes sociales para comunicar que luchaba contra la terrible enfermedad. En ninguno de los caso hubo mercadeo. No se comercializó ni se negoció con ello. A ninguno les hizo falta explicar cómo se les caía el pelo en la almohada tras las primeras sesiones de quimioterapia o cómo explicaron a sus familiares que estaban enfermos.
El show televisivo es necesario. El espectador necesita empatizar con aquellos que, por arte de magia, se han convertido en sus compañeros de vida. En los gladiadores contra la soledad. Sin embargo, tanta frivolidad ofende, escuece y alerta. Son muchos los que ya han alzado la voz contra esa imperiosa necesidad de convertir una enfermedad -que sigue matando- en un cheque al portador. No todo se vende.