Kiko Rivera está atravesando sus horas más complicadas. Después de que anunciara en redes sociales que había decidido abandonar (temporalmente) sus compromisos profesionales debido a la depresión que padece, los comentarios insidiosos se acumulan. No solo en el mundo virtual, sino también en los medios de comunicación. Acusaciones, en ocasiones excesivamente dolosas, que no hacen más que agravar su estado anímico.
Porque Kiko está enfermo. Y ha pedido ayuda. Su madre, Isabel Pantoja, permanece a su lado dibujando la hoja de ruta que seguirán a partir de este momento. Habrá novedades. No se ocultarán, a pesar de que el protagonista necesita un tiempo de tranquilidad y decoro para explicarse con mayor contundencia. Me insisten que lo hará cuándo y cómo considere. Sin avergonzarse de nada de lo que le ocurre. Su familia está junto a él y creen, ademas, que su caída a los infiernos servirá ahora para renacer con más fuerza.
No se puede negar que el entorno de Kiko está realmente preocupado. Saben el esfuerzo con el que había preparado su gira de conciertos. Conocen, perfectamente, el alcance de su dolencia y están a su lado. Pese a quien pese. Digan lo que digan. Su prima Anabel, su tío Agustín, su hermana Isa. Y también el apoyo de la ley.
Kiko no quiere que sobre él se haga escarnio como tampoco se hizo de otros personajes que tocaron fondo y a los que se cubrió con un manto de protección. Por eso ha dado orden a quien le representa legalmente para que estudie todas las opiniones que se viertan en los fueros mediáticos para evitar intromisiones innecesarias en su honor e intimidad. No quiere guerras, pero tiene tres hijos a los que, por encima de todo, quiere proteger y cuidar. Hace bien. ¡Mucha fuerza!