Acaba de cumplir veinte años y en su mirada se observan sentimientos encontrados. Rabia, frustración, pena y mucha resignación. Así se muestra Rocío Carrasco Flores ante sus más íntimos en un día que, de nuevo, estará marcado por la ausencia de su madre, Rocío Carrasco, y del marido de esta, Fidel Albiac. Porque el día de hoy es uno más para el acumulado final de años sin dirigirse la palabra. Porque a pesar de ser un día señalado, la única verdad es que este aniversario no es diferente a cualquier otro día. Junto a Ro, su padre Antonio David, colaborador de esta revista en la sección de Mujeres y hombres y viceversa, Olga, la mujer de la eterna sonrisa, y su hermano David, a punto de saltar a la mayoría de edad.
Pero a Ro sigue causándole mucho dolor que su madre no se ponga en contacto con ella para poner fin a los años de distanciamiento. Busca la manera de llamar su atención, aunque no lo consigue. Ni siquiera na llamada telefónica que le aclare que, pese al paso del tiempo, sigue siendo su ojito derecho. Como lo fue durante su infancia. Como siempre pensó que lo sería. Pero por la parte de Rocío hay silencio sepulcral. No se produce ningún movimiento, ni siquiera sabiendo que, tras estas líneas, se esconde una joven que busca el amparo de su madre. Porque sí, es evidente que con Olga tiene una relación casi maternal, pero no es su madre. No lo es.