Tal día como hoy, hace dos años, vimos por última vez a Ernest de Hannover. Desde entonces no hemos vuelto a saber de él. Está absolutamente desaparecido. Ni siquiera el anuncio de compromiso de su hijo Ernesto Augusto con una diseñadora rusa, le ha hecho regresar de los infiernos. Tampoco se sabe con certeza si acudirá al enlace que tendrá lugar en el mismo castillo familiar de Marienburg, que eligieron Ernest y Carolina para darse el sí quiero.
No cabe duda que, durante toda una década, Ernest ocupó las primeras planas de los periódicos, y minutos inacabables en los programas de televisión. Su carácter indomable, sus problemas de alcoholismo y sus continuas agresiones a los periodistas, le convirtieron en todo un personaje de lo más cuestionado. Y más cuando decidió no acudir a la boda de los, por aquel entonces, Príncipes de Asturias. Aunque excusaron su ausencia con un escueto «no se encontraba bien», lo más cierto es que su tambaleo le impedía moverse con gracilidad.
Como consecuencia de los excesos con el alcohol, Ernest llegó a sufrir una pancreatitis, poco después del enlace que casi acaba por convertir a la bellísima Carolina de Mónaco en viuda por segunda vez. Aunque no fue por su enfermedad, la Historia habla por sí sola. Carolina y Ernest firmaron su separación entre una nube de polémica y enfrentamiento insólitos hasta la fecha. Aunque no trascendieron los detalles del acuerdo, quizás porque Carolina podía perder el título de Princesa de Hannover, un reconocimiento mucho más considerado entre las Casas Reales europeas, que el que ostentaba desde la cuna como miembro de los Grimaldi.
Amigo de los escándalos, la última vez que supimos que Ernest continuaba bebiéndose la vida a grandes sorbos fue durante su último capricho: una breve relación que mantuvo con Simona, una joven bailarina de veintiséis años, rescatada de un prostíbulo de Viena, que acabó plantándolo tras darse cuenta de que no conseguiría ser princesa. Ni siquiera de segunda.
Desde entonces, el Príncipe más disoluto de nuestro tiempo, pasa su vida y tiempo entre la Isla de Lamu, en Kenia, e Ibiza. Además, también organiza partidas de caza en su castillo de Grünau en Austria, llevando una vida de reyes pero sin los compromisos. Nobleza obliga.