La boda de Kiko Rivera e Irene Rosales ha despertado un gran interés mediático. No solo provocando que los programas de televisión hayan aumentado considerablemente su share, sino porque en los kioskos de media España empiezan a escasear los ejemplares del Hola en la que se ha producido la esperada resurrección de Isabel Pantoja.
Unas fotografías que la tonadillera accedió a realizarse ante la petición de su hijo pero por las que, en contra de lo publicado en otros medios, Isabel no percibirá retribución económica alguna. Esta revista ha podido comprobar que tampoco es cierta la cifra que los contrayentes habrían recibido por su exclusiva. Ríen a mandíbula batiente en los despachos enmoquetados de Rubén Darío ante las ocurrencias económicas de unos y otros. No confiesan cómo se ha desarrollado la negociación ni tampoco desvelan el parné que han soltado para un reportaje, por momentos inexplicable, que no supera los 150.000 euros, luna de miel aparte.
Una cantidad, insisto, de la que Pantoja no quiere saber nada. No ha exigido su parte del pastelón, aunque tampoco ha favorecido para abultar el caché. Me explican desde las alturas que todo habría sido diferente si Isabel hubiera permitido una sesión fotográfica vistiendo a Kiko y, por supuesto, si hubiera accedido a dejarse grabar sobre el escenario en el que no solo cantó. También habló para recordar que lo peor ya ha pasado.
Ni cacheos a los invitados, ni el encuentro de Isabel Pantoja y Raquel Bollo fue tan edulcorado como se ha explicado en televisión
Tampoco es cierto que hubiera cacheos a las puertas de la Hacienda Los Parrales aunque me consta que, como ya publicamos el fin de semana, hubo invitados que jugaban en primera división. El resto, incluida la omnipresente Anabel Pantoja, eran suplentes chupabanquillos. Es lo que tiene que, sobre sus cabezas, planee siempre la duda de que largan más de la cuenta.
Lo que sí me confirman es que el desencuentro entre Isabel Pantoja y Raquel Bollo no fue tan cariñoso como la ex de Chiquetete se empecina en esparcir con exagerada naturalidad. Se abrazaron y se emplazaron a una conversación necesaria pero no hubo alharacas ni fuegos artificiales. La suya es una amistad en barbecho que, en cualquier caso, llevaba en secano desde antes de lo que confiesa. Me gustó, no obstante, que Pantoja diera el sitio a su sobrino y le apoye en su carrera como cantante. Porque aunque Chiquetete se empeñe en decir en privado que su hijo canta como un «grillo panza arriba», Manuel tiene prodigio vocal, planta y tronío.