Fue la comidilla de la boda, amén de las filtraciones gráficas que se iban produciendo con el paso de las horas. La ausencia de Alfonso Díez en la boda de Luis Maerinez de Irujo y María Freixa es la prueba irrefutable de que la relación que el viudo de Cayetana de Alba mantiene con su familia es prácticamente inexistente. Esta desterrado al ostracismo. Estigmatizado por haber regalado a la Duquesa los años más traviesos e insólitos de su vida. No perdonan el asalto al corazón de la excelentísima ni tampoco la proyección mediática que adquirió con su relación sentimental: «es evidente que hay más distancia entre nosotros porque nuestras vidas ya se han separado. Pero yo tengo buena relación con él, aunque no nos veamos con la frecuencia de antes. No sé si mis hermanos también piensan lo mismo», me responde tan amable como siempre Fernando Martínez de Irujo.
Prefieren no responder directamente sobre porqué no invitaron a Alfonso a la boda, aunque con su silencio la respuesta sea todavía más sonora y contundente
Sobre los motivos de la no invitación a la boda, Fernando contesta con evasivas elegantes que esconden la verdadera realidad: «la verdad es que no tengo ni idea». Pero sí lo sabe. La relación lleva años resquebrajándose, abocada a un enfrentamiento que, con el tiempo, será mucho más violento y complicado. Porque los años de falsa cordialidad acabaron el día de la muerte de Cayetana. Fue el principio del fin. La necesidad de mantener el control mediático desaparecía y el verdadero instinto florecía en sus hijos.
Todavía recuerdo las críticas que tuvo que soportar la semana en la que me concedió su primera entrevista, publicada en una revista ya extinta, en la que comparaba a su octogenaria novia con la Muralla China. Tuve que personarme en su casa, con los PDF en mano, para que pudiera pedir permiso a la mujer más importante de su vida. Pero me consta que los gritos todavía retumban en las paredes de la casa de soltero que Alfonso tenía en el castizo Chamberí. Ninguno dio su beneplácito, aunque hubo quien intentó no hundir el dedo en la llaga. El más crítico fue Carlos, quizás el más tradicional e intransigente en sus pensamientos.