María Patiño: un cuerpo de diez tras su operación para dejar atrás su infierno personal

María Patiño reconocía hace unos días en Sálvame que había decidido hacer «dos cambios en su vida», eufemismo irónico que encierra que se aumentado la talla de pecho. La periodista dice que no fue por complejos, mientras Jorge Javier Vázquez le hablaba de «personalidad» y Gemma López de «dar la talla».

En Lecturas ya reconocía tiempo atrás operaciones y pinchazos de bótox: “Me he operado la nariz pero el cuerpo no. Estoy absolutamente pinchada entera. Creo que tengo el síndrome de Peter Pan». Y en Hable con ellas explicó que ahora combina una alimentación sana y deporte, receta con la que dejó atrás hace 17 años su problema con la bulimia: «Es muy difícil salir, pero se puede lograr. No está relacionado con el tema de ser delgada, sino con la exigencia. Es una adicción y es una forma que tenemos de castigarnos porque no nos valoramos. Hay veces que se me olvida pero evito darme atracones porque me puede pasar factura. Ahora he aprendido a tomarme una tarta de chocolate sin sentirme culpable».

María Patiño: un cuerpo de diez tras su operación para dejar atrás su infierno personal

Aun así fue en una entrevista en El Mundo cuando María habló sin tapujos del origen de su infierno: «Todo empezó en la adolescencia, y no porque estuviera acomplejada por mi peso. En realidad, los trastornos de la alimentación van más allá de querer estar delgada: el problema de fondo es mucho más profundo y tiene más que ver con el control, con la autoexigencia, con un nivel bajo de autoestima, con no permitirse fracasos. Es una cuestión de autodestrucción, aunque una en ese momento no se da cuenta de ello. Sencillamente, no te crees merecedora de nada bueno y, por ello, te castigas. Durante años viví en una mentira, tapando y ocultando, intentando que mi entorno no se diera cuenta de lo que me ocurría».

Y remataba María: «Entretanto, el daño a nivel físico iba siendo cada vez mayor. Llegó un momento en que la gente a mi alrededor vio que algo me ocurría, comenzó la preocupación y, con ello, un enfrentamiento más. Los problemas se multiplicaban y, pese a que fui a muchos médicos y psicólogos, ninguno era capaz de ayudarme a salir del pozo. Finalmente, tuve la suerte de entrar en una unidad experimental en Sevilla y esa terapia, similar a las que se emplean para curar adicciones, fue mi tabla de salvación. A partir de ahí, comenzó un trabajo muy personal, de años, en los que aprendí a controlar la ansiedad, a usar trucos y técnicas de relajación, a identificar los pensamientos negativos… Al igual que uno no puede saber cuál es el día en el que uno se desenamora, tampoco yo sé qué día fue el que me desenganché. El caso es que logré recuperarme, aunque en esto pasa como con el alcohol: se supera, pero siempre está ahí».

El infierno fue tal que «llegué a ingresar en un hospital psiquiátrico. Precisamente, uno de los problemas sobre esta enfermedad es que no hay atención especializada. En el hospital yo estaba con gente que tenía trastornos que no tenían nada que ver con los míos. Quien tenga medios puede ir a una clínica especializada, pero por la Seguridad Social es muy difícil tener una terapia porque no se arregla con ir una vez cada 15 días al psicólogo».