Así son las cosas y así se las hemos contado. Ésta, una de las frases míticas con las que Luís Mariñas se despedía en cada informativo, es la mejor manera de resumir lo qué ha sido la sentencia que condenaba –ejem, ejem- al marido de Cristina de Borbón, Iñaki Urdangarin.
Y es que el ex jugador de Balonmano, el ex duque de Palma, el ex mejor amigo de Felipe VI y ex trabajador de Telefónica se ha despedido de todo, menos de su libertad. Un suspiro, eso es lo que ha durado la pena que le impuso el juez y que, al final, se ha saldado con una sanción económica y con su no entrada en prisión. Al menos, por ahora.
Como ha reconocido el mismo abogado de Iñaki Urdangarin, Mario Pascual Vives, las próximas noticias que recibiremos sobre los cuñados de Letizia tendrán que ver con el recurso que el bufete del tío de Leonor y Sofía tiene pensado presentar. Pero no habrá más noticias sobre el caso hasta el próximo año –así nos van las cosas- y todo con la esperanza de que Iñaki no acabe entrando en la cárcel.
¿Y quién está feliz con esta situación? Pues todos los de Casa Real, que son familia de Cristina de Borbón, claro está, menos la cuñadisíma Letizia. Y es que la Reina de España se muerde las uñas de rabia y de impotencia.
Vamos, que más que manos debe de tener lo más cercano a muñones por la tensión y la rabia de ver cómo han acabado las cosas. Esas que se prometía tan felices y que se iban a convertir en el colofón perfecto para una orquestada venganza.
Una sentencia firme y dura contra Iñaki y Cristina hubiera significado el culmen de un odio que ha ido creciendo durante años. La mejor manera de que el karma le devolviese todo el daño y malmetimiento que han invertido en Letizia y que ha durado años.
Pero, sin embargo, Ortíz Rocasolano no tuvo en cuenta una cosa y es que su suegro, el emérito Juan Carlos, se dedica a algo más que a fintar las noticias que le unen a Bárbara Rey y a cazar elefantes, y que, a pesar de estar bastante retirado de la vida pública, sigue teniendo mucho peso y poder. Así que, al final, Letizia no será feliz y comerá perdices. Al menos, en este cuento de princesas.
La Reina Letizia oculta secretos inconfesables. Como todos, con la diferencia de que los demás no somos consortes de ninguna familia real de linaje histórico. La figura de la reina Letizia en un momento dado fue ampliamente diseccionada por su primo, David Rocasolano, en Adiós, Princesa. El libro se convirtió en un best seller pero apenas tuvo repercusión en los medios. Sobre la obra, una cadena privada de televisión preparaba un programa especial que fue fulminado de la parrilla cuando faltaban menos de 24 horas para su emisión. Desde su llegada a la corte de los Borbones, un manto negro ha cubierto la trayectoria vital de Letizia Ortiz. Lo levantamos para que mostrar lo que esconde.
No fue casualidad que se presentara a Letizia Ortiz como prometida del príncipe Felipe. La Casa Real urdió que mejor poner a los españoles ante un hecho consumado que no ante un noviazgo que levantaría más ampollas de las soportadas durante los días de Eva Sannum. Si el hecho de que existieran imágenes subidas de tono de la modelo escandalizaba, ni te cuento en el caso de una mujer divorciada, musa de una de las portadas más comentadas de un LP de Maná y muchas cosas más. La consigna estaba clara: que ni un solo rayo de luz se escapara por las rendijas. Y ahí empezó una operación más propia de las monarquías asiáticas que de las que se asientan en los países democráticos.
Sobre la relación de la reina con su primer marido, Alonso Guerrero: “Letizia no comprendía la falta de ambición literaria de Alonso… Y Alonso despreciaba los impulsos arribistas de Letizia por alcanzar el éxito periodístico, la fama, el dinero y la consideración social. Su noviazgo duró casi diez años, pero estuvo jalonado de innumerables rupturas.
Vivian juntos, se separaban, se volvían a reconciliar, se daban un tiempo… Cuando Letizia me anunció que le habían concedido una beca en México para hacer el doctorado, ni siquiera le pregunté por Alonso. Supuse que aquello era la conclusión natural de una relación extraña, dispareja, más pygmalioniana que amorosa”. Adiós, Princesa, de David Rocasolano.
Sobre el anuncio del compromiso de boda entre los príncipes de Asturias: “Letizia ya había empezado a volverse muy recelosa y reservada. Confiaba tan poco en la discreción de su familia que ni siquiera le había confesado a su madre que el anuncio del compromiso iba a producirse aquella mañana. Por mucho que Paloma haya después presumido de confidente de su hija.
Tampoco lo sabían Telma o Érika… Para mi sorpresa, descubro que uno de los canales anuncia la entrada de Jesús Ortiz, el padre de la desconocida (Letizia). La inesperada falta de discreción de Jesús confirma los recelos de Letizia sobre la prudencia de los suyos. El speech de mi tío es breve.
Tiene experiencia y se nota. No se deja amedrentar y todo son alabanzas y buenas palabras. Solo se atisban las dudas cuando se le pregunta si era conocedor de que hoy se anunciaría la pedida de mano de su hija. Ha cometido un error, grave. El error no es la duda. El error es no mantener el silencio sobre la vida de su hija que ella le va a exigir. La consigna es el silencio. Nadie más que ella puede moldear su vida y qué es lo que se va a exponer a la opinión pública”. Adiós, Princesa, de David Rocasolano.
Sobre el rey Juan Carlos y las relaciones familiares: “He leído y escuchado en muchos sitios que Juan Carlos mantiene una relación poco cordial con Letizia. Que se llevan mal, en resumen. Yo no lo percibí nunca así.
El trato que el rey dispensa a Letizia es parecido al que le ofrece a Sofía, a sus hijos o a sus nietos. En las numerosas ocasiones en las que los he observado, jamás he visto de Juan Carlos un gesto de cariño o afecto hacia su hijo.
Ni hacia nadie. Juan Carlos trata a todo el mundo por igual, no debe ser clasista, con una indiferencia y un desdén tan palpables que impresionan. Como si estuviera por encima del bien, del mal y de nosotros. Como una deidad a un insecto. Da la impresión de que se ha creído su papel, de que ha interiorizado que es un ser superior que merece el vasallaje, y va por la vida luciendo una displicencia absoluta, un desinterés indisimulado hacia todo lo que no sea él”. Adiós, Princesa, de David Rocasolano.
Sobre el control de la reina Letizia hacia sus familiares: “En aquella época, la persecución de Letizia sobre cada uno de nosotros era insoportablemente asfixiante. Padecía una obsesión casi enfermiza con el tema de las filtraciones.
Con que pudiéramos venderle información íntima a los medios de comunicación. O irnos de la lengua con personas inapropiadas. Incluso, nos llegó a someter a pruebas capciosas.
Telma, Erika, Menchu, Chus y Paloma, sobre todo, Paloma, vivían en un estrés permanente, instaladas en un terror constante cualquier cosa que hicieran podía ser castigada con una bronca clamorosa. Si un paparazzo le robaba a alguno una foto en la calle, si trascendía que habían visitado tal o cual tienda o habían asistido a una fiesta, Letizia los reprendía con ferocidad. En público o en privado. Sin importarle el daño que pudiera hacer”. Adiós, Princesa, de David Rocasolano.
Sobre la relación de Letizia, Telma y Érika: “«Me han dejado sola, David, me siento sola». Érika no se refería a Antonio Vigo. Se refería a Letizia.
Supuse que, tras su reaparición en la prensa rosa, Érika había recibido algunas de las típicas llamadas histéricas y controladoras de Letizia. Y Érika no había sido capaz, como siempre, de mandarla a la mierda. La relación de las tres hermanas estaba ya muy deteriorada. Telma y Letizia mantenían en público una falsa cordialidad.
Pero, a estas alturas, ya no se podían ni ver. Telma estaba encantada en su nuevo papel cuché de hermana de la princesa, pero no soportaba las continuas broncas a las que la sometía Letizia cada vez que abría la boca en un medio de comunicación o se dejaba fotografiar con ciertas compañías.
Ya antes de convertirse en lo que ahora es, Letizia había llevado la voz cantante en aquella familia. Pero la vida en Palacio la había transformado en una persona más controladora y más cruel”. Adiós, Princesa, de David Rocasolano.
Letizia Ortiz entró de forma tímida en la familia real. Sin embargo, poco a poco, ha ido marcando territorio. De su fuerte carácter son testigos los periodistas que siguen las andanzas de la primera familia del país en Palma.
En su primer veraneo en Mallorca, la entonces princesa de Asturias se mostró hostil con la prensa y exhibió en varias ocasiones el mismo kaftan para que así los fotógrafos se cansaran de sacarle fotos. En el club náutico de Palma, la reina Sofía le dijo a su nuera que hiciera el favor de quitarse las gafas para que pudieran verle los ojos y fotografiarla a placer.
Letizia calló, agachó la cabeza y cedió. Fue entonces cuando empezó a barruntar su venganza. Y la ha llevado a cabo. Se acabaron las vacaciones en Palma. La reina, el rey y sus hijas solo pisan esas tierras en contadas ocasiones al año, y siempre por obligación.
Hay quien tiene la teoría que las Infantas Elena y Cristina fueron las principales valedoras de Letizia en Zarzuela. Ni el rey ni los que conformaban su círculo palaciego entonces, veían con buenos ojos la candidatura de la periodista para novia del heredero. Ni les gustaba su profesión, ni sus orígenes ni tampoco sus circunstancias personales.
En los inicios de su matrimonio, los príncipes de Asturias frecuentaban a las infantas. Sin embargo, un día, la hoy reinaLetizia lo echó todo por la borda. Ocurrió durante uno de los bautizos reales. La infanta Cristina le pidió a su cuñada si podía alojar en su casoplón a algunos miembros de su familia política.
La respuesta fue no. Cristina se lo comentó a Elena y ambas a don Felipe, de quien se supone medió. Sin embargo, Letizia se salió con la suya y sus cuñadas quedaron fuera del círculo más íntimo de los príncipes de Asturias.
En los inicios de su matrimonio, la reina Letizia quiso tener secretaría propia. Se trataba de dar más entidad a su papel dentro de la monarquía a través de una agenda conformada por actos que ella y su equipo escogerían.
Asimismo, también tenía pensado buscar algunas causas a las que dedicarse, como hacen otras princesas, para no ser un simple florero.
Sin embargo, una vez enterados los que mandan en Zarzuela, hicieron desistir a la princesa de Asturias. Jamás volvió a hablarse del asunto. Letizia aprendió la lección y no volvió a salirse del tiesto. Entendió que su papel público consistía en estar a la sombra de su marido y en lucir lo más divina posible. Tan bien ha hecho lo segundo que se la considera modelo de belleza e icono de moda.
El hecho de que la reina Letizia tenga como diseñador de cabecera a Felipe Varela es algo que levanta ampollas y resulta contraproducente.
El resto de diseñadores evita pronunciarse en público pero la procesión va por dentro. Sin duda, estamos ante un caso de trato de favor que sorprende en una monarquía moderna.
La soberana debería lucir prendas y complementos de otros creadores y de otras firmas comerciales para así apoyar en conjunto al sector de la moda. Realmente, con la cantidad de actos que tiene, puede hacerlo. En cuanto al toque low cost, obsérvese la preferencia de la soberana por Zara. Ante esto, no es extraño que algunos se pregunten acerca de los vínculos que mantiene con la empresa de Amancio Ortega y con Varela.
Doña Letizia es el Estado. Ha sido ella la que ha impuesto que ser reina es un trabajo a tiempo parcial y el cómo, cuándo y dónde disfrute del ocio es una cuestión que solo a ella compete.
De ahí el secretismo que se gasta en cuanto al lugar escogido para disfrutar de las vacaciones y el ostracismo al que ha condenado a Palma de Mallorca.
La soberana no entiende que no se puede servir a dos señores. O se es reina o plebeya, pero según me conviene me pongo la corona o me la quito, pues no. Lo que no se comprende es que el rey no ponga coto a estos comportamientos tan impropios. Que no olvide que España ha sido Juancarlista no monárquica.