Esta semana estamos tristes. Ha muerto Álex Lequio, el hijo de Ana Obregón y Alessandro Lequio. Que solo tuviera 27 años o que haya muerto por culpa del cáncer no lo hace más doloroso, sino que era el hijo adorado de nuestra adorada Ana Obregón, y eso es lo que nos ha roto el corazón a todos. Ana Obregón es esa mujer a la que todos querríamos tener cerca: inteligente, graciosa, educada y buena gente. Nadie habla mal de ella, y eso no es fácil siendo un personaje tan público como ella. Generosa sin mesura. Siempre y con todo el mundo, y especialmente con la prensa. Ella siempre se lo ha puesto fácil y los periodistas se lo han devuelto con respeto y cariño.
¿Y qué decir de su hijo? Era su todo. Lo vimos nacer, crecer y, por desgracia, lo hemos visto morir. Un niño que nos cautivó desde el principio, con su desparpajo y su belleza traviesa. Álex se convirtió enseguida en el motor de Ana, en el centro de su vida. Y la entrega era mutua. Se les veía felices juntos y daba gusto ver el amor que se profesaban. Ese niño ha formado parte de nuestras vidas desde que nació, por eso el dolor es también un poco de todos.
“Se apagó mi vida”, han sido las primeras declaraciones públicas de Ana tras la muerte de su hijo. No se puede decir más con menos. No hay palabras ni consuelo para tanto dolor. Solo espero que pueda soportarlo, porque la necesitamos, necesitamos su sonrisa permanente, su alegría y sus ganas de vivir. Aunque ahora, sin duda, le quedarán algunas menos.
Qué suerte tuvo Álex de tenerte como madre, Ana, y qué suerte la tuya de tener un hijo tan bueno, tan noble y con tanta luz como Álex. Que su luz no deje de guiaros, a ti y a Alessandro. Y no olvides que el dolor, cuando se comparte, duele menos. Y estamos contigo. Contigo, con Alessandro, y con vuestras familias.
Descansa en paz, Álex.