Rocío Carrasco permanece en silencio. Es como si las fauces de la desolación hubiesen acabado con ella, como si por arte de birlibirloque hubiera desaparecido de la faz de la Tierra. Rocío enjuga sus lágrimas en soledad. Maldice entre dientes y promete venganza en los tribunales. Es al único lugar al que puede recurrir en tiempos de cólera familiar. Porque lo que no se puede negar es que lo que vive la hija de Rocío Jurado es un drama de dimensiones apocalípticas. Buscado y casi provocado por sus incontestables actitudes pero igual de doloroso que si fuera imprevisto o inimaginable.
La situación es dantesca. Incluso preocupante. Me hablan de desconcierto y abandono. De desapego. De profunda melancolía, quizás sentimiento de culpabilidad. Pero es imposible poder conversar con Rocío. No contesta las llamadas ni tampoco esquiva con banalidades los mensajes que se le mandan a través de WhatsApp. Está en silencio ante el revolver del llanto. Me insisten en que no entiende porqué nadie entiende su posición.
Lo cierto es que es difícil ponerse en sus zapatos cuando sus dos hijos han dejado claro que nada quieren saber de ella. Aborrecen con naturalidad una vida que, en privado, reconocen que no es la suya. La relación con Fidel Albiac nunca había sido buena y me advierten que es este el motivo principal de su desunión. Quien sabe lo qué deparará el próximo año.