Sara Carbonero se ha embarcado en un viaje que quedará grabado en su memoria para siempre. A diferencia de otros viajes en los que ha participado a lo largo de su carrera, este ha sido, sin duda, uno de los más complicados, tanto a nivel físico como emocional. Junto a UNICEF, la periodista viajó a Bajo Chiquito, una comunidad indígena ubicada en la frontera entre Panamá y Colombia, con el objetivo de conocer de primera mano las historias de los migrantes que atraviesan la infame Selva del Darién. Lo que allí vivió y las experiencias que presenció la han marcado profundamente, dejándola con un sentimiento de desolación y, al mismo tiempo, de esperanza.
1El delicado momento de Sara Carbonero
Desde el primer momento, Sara Carbonero sabía que este no sería un viaje como cualquier otro. Bajo Chiquito, un pequeño enclave en medio de la selva, es uno de los primeros lugares a los que llegan los migrantes que han sobrevivido la peligrosa travesía por el Darién, una de las rutas migratorias más mortales del mundo. La misión de Sara y el equipo de UNICEF era documentar y conocer las historias de esas personas que, en su búsqueda de una vida mejor, se ven obligadas a atravesar uno de los terrenos más inhóspitos y peligrosos de América Latina.
La periodista ha descrito las horas que pasó esperando la llegada de un grupo de migrantes como un momento de tensión y angustia. Las historias que escuchó durante su estancia en Bajo Chiquito la han dejado emocionalmente devastada, pero consciente de la magnitud del problema que enfrentan miles de personas que se aventuran en esta travesía.
El momento que más ha marcado a Sara Carbonero fue cuando, después de horas de espera, llegaron cinco piraguas cargadas de migrantes que acababan de atravesar la selva. La escena fue desgarradora: personas extenuadas, con miradas perdidas, incapaces de articular siquiera de dónde venían. Para muchos de ellos, la travesía por el Darién había durado días, incluso semanas, de lucha constante contra la naturaleza, el hambre y el miedo. «Es una imagen que se queda para siempre en la retina», confesó Sara en un extenso relato que compartió con sus seguidores.
La periodista recuerda vívidamente algunos de los rostros que vio al llegar las piraguas. Un hombre mayor, de unos 70 años, que viajaba solo, apenas podía subir las escaleras que llevaban al refugio. Una madre con un bebé de pocos meses en brazos, agotada pero decidida a seguir adelante. Otro hombre con el tobillo completamente roto, cojeando a duras penas. “Recuerdo cada una de sus miradas. Qué difícil poner una sonrisa en esa situación y decirles: ‘tranquilos, aquí todo va a estar bien’. Yo no fui capaz”, escribió Sara, dejando entrever lo duro que fue para ella mantener la compostura ante semejante dolor y desesperación.