Belén Esteban ha claudicado. La pobre, ha tenido que vender la exclusiva de su boda porque nobleza obliga. Insiste en que se ha visto abocada a cambiar de opinión porque le hace ilusión que la retraten los del Hola y que, encima, le paguen. La realidad supera a la ficción. Pero por muchas vueltas que le de(n), Belén ha vuelto a las andadas. Ha vuelto a mentir.
Lo hizo de forma descarnada cuando conté por escrito y en televisión que estaba negociando la exclusiva de su boda. Lo supe por una filtración directa de su entorno más cercano. Ella negó furibunda, nerviosa y con las comisuras de los labios consumidas por ese blanquecino y decrépito salivar que arrastra la ira, que fuera a hacer negocio con el día más importante de su vida. El segundo, porque también lo fue el de su boda con Fran Álvarez.
En aquel entonces, como siempre, defendió una mentira con la única pretensión de desprestigiar a quien -oh cielos- osó entrometerse en eso que ella llama vida privada pero que, en realidad, no es más que una extensión del cheque al portador en el que ha convertido su existencia. Durante meses, Belén fue capaz de señalar con el dedo acusador y mandar al ostracismo del aplauso fácil a quien insinuaba que, tras las prohibiciones hitlerianas para acudir a la boda, se encontraba una negociación más que avanzada con una revista.
No critico ni pataleo ante las exclusivas. Jamás cuestionaré ni reprobaré un negocio en el que participo y del que soy generador. Sin embargo, sí me molesta profundamente comprobar que las mentiras de Belén son categorizadas en simples cambios de opinión. Media profesión parece atemorizada y la otra media repite sus argumentos, los defiende y los secunda esperando la bendición urbi et orbi. Por mucho menos condenaron a cadena perpetua televisiva a más de uno. Por no hacer referencia a la infinidad de ocasiones en las que se ha tildado de interesados, soberbios y estirados a los Jesulines posadores en Hola desde tiempos ancestrales.
«Tengo dudas sobre andrea. no me creo que no vaya a posar en ninguna fotografía junto a su madre»
Retumban en mi cabeza como graznidos nocturnos los insultos que recibieron Campanario y Jesulín cuando decidieron hacer un bautizo al amanecer para proteger una exclusiva. La hemeroteca es sabia. Acaso Belén no está actuando de igual manera, prohibiendo teléfonos móviles, desarmando a los invitados de cartón piedra y ordenando quién sí y quién no. Tengo dudas referentes a Andrea. No me creo que no vaya a posar en ninguna fotografía junto a su madre. Me gustaría verla sonreír, como cuando fue a El Hormiguero de público o en aquella foto de carné que Belén paseó por los platós de televisión. Será formidable ver si, de una vez por todas, Andrea da el paso para convertirse en celebrity cañí y poder fisgonear, sin remordimientos, en una vida que huele a telenovela.
En cualquier caso, me gusta que Hola haya apostado por un reportaje tan especial. Tal vez de esta manera seguirá creciendo el mito de Belén Esteban, el ejemplo claro del sueño americano. Sin ser nadie lo es todo.