Llegó, vio y venció. Durante tres años Miguel Ángel Silvestre ha triunfado en su andadura americana. Convertido ya en una auténtica estrella de Hollywood gracias a la serie Sense8, nadie podría imaginar el giro radical que daría su carrera. El vecino más famosos de Castellón de la Plana ha tocado la gloria en la meca del cine pero ahora no corre la misma suerte. Se adentra en el infierno: está en el corredor de la muerte.
Su llegada al mundo de la interpretación no pudo ser más afortunada. Miguel Ángel Silvestre se dio a conocer entre el gran público interpretando al Duque de Sin Tetas No Hay Paraíso, una serie que le ha dado muchas alegrías. Con Velvet, que llegó después, también logró grandes éxitos. Pero el valenciano es ambicioso; no se conformó con llegar a lo más alto en territorio patrio.
Sin miedo y dispuesto a comerse el mundo, Silvestre hizo las maletas y se instaló en Los Ángeles. «No soy muy nostálgico, me gusta la soledad y la aventura», aseguraba. Además, la suerte estuvo nuevamente de su lado. Formar parte del reparto principal de Sense8 ha hecho que se haga un importante hueco entre el público americano. De hecho, las fotos en las que se le veía en el Orgullo Gay de Brasil grabando nuevos capítulos pronto se hicieron virales. Pero todo ha cambiado.
Toda una vida entre rejas
Miguel Ángel Silvestre se encuentra en el corredor de la muerte. Eso sí, podemos respirar tranquilos….¡Su vida no corre ningún peligro! El actor se encuentra en esta difícil tesitura únicamente por motivos de trabajo. A las órdenes de Carlos Márques-Marcet acaba de empezar a rodar una serie de Movistar+inspirada en el libro de Nacho Carretero sobre la vida de Pablo Ibar.
Cabe recordar que este hombre de origen vasco lleva más de dos décadas en prisión. Está condenado a pena de muerte en Miami tras cometer, presuntamente, un triple asesinato. Le acusan de haber asaltado una vivienda y de haber matado, junto a otra persona, a Casimir Sucharski, dueño de un club nocturno, y a las modelos Sharon Anderson y Marie Rogers. Él insiste en que el asesino de los vídeos no es él sino alguien con el que, desgraciadamente, guarda un asombroso parecido físico.