Fue en la mañana del pasado martes cuando la noticia saltó a los medios de comunicacion. Se señalaba que Isabel Pantoja había encontrado el amor de nuevo en brazos de un trabajador de Cantora. Los más arriesgados, incluso, aseguraban que el romance había provocado un brutal cisma familiar: los hermanos de la cantante estarían en contra del idilio y habrían dado, incluso, un ultimátum para que se escribiera el final de su relación.
Resulta sorprendente tanto desatino. Tiran a dar con dardos, sí, pero sin diana. Ni el señalado se llama Tato ni mantiene relación sentimental alguna con Isabel Pantoja. Se trata de un trabajador de Cantora con el que Isabel solo mantiene vínculo profesional. Él tiene pareja y estudia, en este momento, interponer tantas acciones sean necesarias para mantener intacto su honor. Isabel está que trina. No solo porque se le ha ennoviado con un hombre al que la exposición ya le ha pasado factura, sino porque se busca -de forma intolerable- avivar un enfrentamiento familiar que no existe: “es todo falso. Ese señor es un trabajador de Cantora y es anónimo”, me dice Isabel al otro lado del teléfono.
Su hermano también demandará
Siempre afable y generosa en sus conversaciones con este que les escribe, Isabel me aclara que tampoco es cierto que Agustin haya dado un golpe en la mesa para alejarle de su empleado. Su enfado se alterna con la carcajada propia de la desesperación. Está harta de tener que desmentir todo aquello que le sucede, como el enfrentamiento con su hermano: “que digan eso de mi hermano es grave. Como siempre, lo solucionaremos en los tribunales”, insiste. Fuentes de toda solvencia me aseguran que no solo Isabel tiene intención de llevar a los juzgados este asunto. También su hermano, cansado de que se use su nombre como reclamo, quiere ejecutar la sentencia que le considera anónimo y luchará para demostrar que está al lado de su hermana. Pese a quien le pese. No todo vale.