La participación de Isa Pantoja en Gran Hermano VIP ha servido para mucho. No solo para escuchar a Isabel Pantoja con el desgarro comprensible de una madre, sino también para entender que el entorno de la joven intoxica, malmete y crea diferencias. Dulce Delapiedra hace caja cada fin de semana. Intenta convencer a la audiencia -y a la prensa- de que es la salvadora que conseguirá que Isa salga de la quema pública. Se equivoca de medio a medio. En formas, fondo y lugar. No acierta porque su único fin es el económico. Nada más.
Ni siquiera contesta a sus llamadas, harta de sentirse una caja registradora. Dulce cobra al portador cheques que enumeran sus continuas traiciones
Sin embargo, Dulce tiene los días contados en la vida de Isa. Es consciente de que sus últimos movimientos televisivos le van a pasar factura. No solo en el plano legal, donde ya se prepara la nueva demanda por injurias, calumnias e intromisión en el derecho al honor, sino también en el afectivo. Isa no aprobó ni secundó que la niñera desleal ventilara sus desvergüenzas en el polígrafo de Conchita Casorrán. Me explican que ni siquiera contesta a sus llamadas, harta de sentirse una caja registradora. Dulce cobra al portador cheques que enumeran sus continuas traiciones. Inventa historias que no corresponden con la realidad, sabiendo que muchas de ellas nunca van a ser desmentidas, cuestionadas o reinterpretadas
Un cambio de actitud
Isa ha empezado a entender que poner a su madre en la picota a cambio de dinero manchado de tradición no es lo más acertado. Sabe que tiene una conversación pendiente con Dulce pero tampoco tiene excesivo interés en que el encuentro se produzca más pronto que tarde. Ha visto que su hijo, Albertito, ha sido el niño más feliz mientras disfrutaba de la compañía leal de su abuela. Porque Pantoja es madre, pero casi más abuela. Se desvive para que sus nietos no perciban las ausencias laborales de sus padres. Y lo consigue.