Isabel Pantoja es la protagonista involuntaria de una fábula que se ha escrito muy a su pesar. Inventan con la única finalidad de seguir intentando ensombrecer su nombre. Le acusan de haber intentado agredir con un carrito de compra a un fotógrafo que se coló en un centro comercial y vulneró su derecho a la intimidad tras hacerle una ráfaga de fotografías. El mundo al revés.
Nada hay de cierto en una afirmación claramente insostenible que, si bien hubiera sido una reacción lógica ante una infracción que podría ser penal, nunca sucedió. Tampoco es cierto que Irene Rosales, con la que Isabel acudió a IKEA para comprar unos objetos, abandonara el centro comercial presa de las lágrimas. Hilvanan anécdotas que, más bien, parecen extraídas de un sketch de Martes y Trece con el único fin de evitar las consecuencias judiciales.
Así ocurrió todo
Isabel telefoneó a su abogada y avisó a las fuerzas de seguridad para que le protegieran de un atentado contra la intimidad. Porque, en efecto, la ley abraza la libertad de prensa y expresión pero acordonada por los derechos de los personajes. La actitud del reportero -con fama de provocar situaciones parecidas- afecta a toda la profesión. Por eso me escama este repentino y sorpresivo corporativismo que más bien parece una conspiración coral para hacer leña del árbol caído. Sigue siendo mucho más rentable maldecir a Isabel Pantoja que aplicar el sentido común y entender que la escena -más propia de las obras de Jacinto Benavente– es el edulcorante necesario para una tarta demasiado exigente.
Nada de lo explicado por el fotógrafo coincide con el atestado de la Guardia Civil. Tampoco con la denuncia interpuesta el 27 de agosto ante los tribunales de Sevilla y en la que, de forma clara y concisa, se describe, en tres puntos, lo que realmente sucedió en las instalaciones del IKEA ubicado en Castilleja de la Cuesta cuando Isabel Pantoja e Irene Rosales descubrieron al fotógrafo. Fue en ese momento cuando se requirió al personal del establecimiento que, a continuación, llamó a la Guardia Civil para que acudiera hasta allí.
El paparazzi fue retenido por la seguridad del lugar -practica habitual cuando se producen alteraciones en el orden- que, a pesar de su reiterada negación, pudo comprobar que, tal y como había advertido Pantoja el reportero había trasgredido las normas y vulnerado el derecho a la privacidad de las clientas. Convertir en víctima a quien ha sobrepasado los límites marcados por la ley resulta una caricatura difícil de entender.
Denuncia admitida a trámite
Así pues, la denuncia por revelación y descubrimiento de secretos y daños morales, ya ha sido admitida a trámite por el Juzgado de Instrucción n18 de Sevilla que ha abierto diligencias previas. En el auto con fecha 4 de septiembre de 2018, el juez considera que “los hechos que se refieren hacen presumir la posible existencia de una infracción penal”. Por ello se solicita que se libre oficio a la Guardia Civil para que remita el atestado.
Es más que evidente que el testimonio del fotógrafo carece de credibilidad a tenor de los razonamientos jurídicos que motivan el auto del juez. Sus intenciones, como se ha podido comprobar recientemente, no son otras que las de sacar rentabilidad de un falso enfrentamiento con Isabel Pantoja. Es ella la que, en la denuncia presentada en dependencias judiciales, sostiene que no es la primera vez que sucede algo similar.
De hecho, sostiene que son este tipo de contrariedades las que han provocado que su vida social se haya reducido notablemente. El “hostigamiento de los medios” que, según consta en el escrito presentado ante el juzgado, han provocado “un grave estado de ansiedad y fobia a salir de su casa”. Es esta la respuesta a la pregunta que muchos refieren ante la poca presencia pública de la cantante. Isabel solo abandona Cantora en contadas ocasiones, cuando las obligaciones profesionales mandan o sus hijos la necesitan.
Tal vez es momento de reflexionar acerca de la praxis de quienes buscan platós a cambio de polémicas que embrutecen una profesión en la que no todo vale.