No corren buenos tiempos para José Fernando, que a sus 23 años acaba de volver a prisión por quebrantar en reiteradas ocasiones la orden de alejamiento sobre su ex pareja, Michu. Recuerden que el pasado 13 de febrero, víspera de San Valentín, el hijo de Rocío Jurado y José Ortega Cano se plantó en un hospital jerezano en el cual estaba la joven en avanzado estado de gestación para ver como se encontraba.
Con este acto José Fernando se volvía a saltar la orden del juez, pero este hecho no fue lo peor. Y es que el hermano de Gloria Camila protagonizó en el centro hospitalario una bronca descomunal con Michu, siendo el joven arrestado y llevado a las dependencias policiales más cercanas. 72 horas después, el juez dictaminaba su ingreso en el gaditano Centro Penitenciario Puerto II por reincidencia y acumulación de delitos.
Mientras tanto, José Ortega Cano reapareció el pasado viernes en Gijón sin demasiadas ganas de hablar sobre su problemático hijo. El diestro cartagenero salió por la tangente en una conferencia taurina: «Soy torero. Aunque, de no haberlo logrado, habría sido bailarín. O payaso, aunque eso ya lo soy un poco». El humor para sustituir al drama. Porque José Fernando sigue sin solucionar sus problemas. En septiembre del año pasado su vida pareció vivir un impasse, hecho por el que su padre se mostraba ilusionado: «José Fernando está con la idea de mejorar. Ojalá sea la definitiva». Michu por las mismas fechas facturaba en el Deluxe deseando que su ex novio dejase sus peligrosas adicciones: «He dejado a José Fernando para que haga de una vez lo que debe hacer».
Pero parece ser que no hace lo que debería y su reputación va camino de ir a peor. De hecho Jesús Mariñas mete su nombre en su crónica sobre el evento de moda sevillano Fondo Flamenco, tras señalar que vio a «una Gloria Camila rellenita, sin cintura, redondeada en su veintena». Y añade: «Recuerdo cómo su díscolo hermano se orinaba sobre las batas afaroladas de la chipionera, excesos siempre remediados por el eficaz pero maltratado Juan López de la Rosa, su “chico para todo”. El crío lo hacía por maldad acrecentada con los años».
En 2013 Mariñas ya desveló estos actos, pero entonces el gallego desvelaba que no solo orina cayó sobre los trajes de la chipionera: «Enseguida tropezaron con desórdenes, incomodidad, facilidad adaptadora y creciente desarraigo por parte de los pequeños de 5 y 7 años. No iba a ser tan fácil y el niño parecía indomable. Entonces aún no imaginaban su presunta bipolaridad, un mal entonces apenas reconocido públicamente: lo veían vital, cariñoso, fuerte y casi sexy con sus labios sensuales cual señal de origen. Hasta que un día De la Rosa corrió junto a Rocío, que como casi siempre, estaba en la ducha, ya refugio impenetrable de momentos intempestivos, porque los había, y muchos, en sus constantes y gritones rifirrafes con Ortega superada la tranquilidad de los primeros tiempos. El secretario no podía estar más alterado, y cuidado que allí pasaban cosas. “Rocío, Rocío, que el niño se ha meado y algo más…”. “Pues dile a la chica que lo limpie, no es para tanto alboroto, Juan”. “Es que se ha meado y algo más encima de tus trajes de actuación llegando a romper alguno».
Y añadía: «Soponcio, dolor, miedo y desengaño minimizado como chiquillada. Lo recluyeron en un internado irlandés y un reformatorio de Miami. No sirvió de nada, fue el principio del fin tras morir la cantante y dejarle una herencia de casi dos millones de euros al cumplir los 18, que su padre se resistía a entregarle oliéndose que la fundiría en poco tiempo. No se equivocó en ese más temor que intuición, incluso exaltando al desigual niño que solía tratar a la gente de usted cuando celebraban el cumple de su hermanastra Rocío y él brindaba ofreciéndole la tarta. “No se separó de mí tras la muerte de Carlos Parra”, añora lloroso Ortega Cano. Fue como un enfermero tirando de la silla de ruedas. Larga como era Rocío, intuyó los problemas futuros concretados en esta reciente pelea en un club de alterne, agresión a un cliente, robo e incendio del coche y otros delitos igualmente graves. Ortega, dolido pero harto, no parece dispuesto a mediar, gestionar gracia o pagar fianza, confiado en el caudal económico que José Fernando debe medio conservar pese a gastar en prostitutas, amigotes y bebidas –o lo que sea– hasta 10.000 euros diarios».