Jorge Javier Vázquez regresa esta tarde a Sálvame tras dos años sabáticos en los que se ha refugiado del espacio vespertino de Telecinco con su gira teatral y sus programas en prime time. El de Badalona afirmaba a finales de 2015 que en su próxima renovación, fechada para este verano, exigiría no presentar un formato diario.
Este dardo a Sálvame venía precedido de la publicación de su polémico libro, Último verano de juventud, en el que relató su hartazgo del programa. Así describía un choque contra Olvido Hormigos, síntoma para él de su mal estar con este espacio: «¡No puedo más! ¡Estoy harto de tener que lidiar con esta clase de invitados! Lo siento, pero no puedo más. En ese momento pensé que me estaba revolviendo contra ella, contra la concejala, aunque me equivocaba. Me estaba revolviendo contra mí mismo, contra su vida. Miré a María (Patiño), y ella me apartó la mirada. Me agradecía que la defendiera, pero no a cualquier precio».
Meses después, tras conocer que Kiko Hernández quería ser padre, Vázquez hablaba con nostalgia de este proyecto: «Hace siete años todos veníamos de una etapa profesional muy complicada, donde no teníamos nada más que Sálvame, y ahora todos tenemos cosas que poco a poco nos van separando. Es ley de vida…». Y la ley de vida le llevó a publicar dos libros y a llevar su vida al teatro. De sus proyectos culturales se ha llevado un gran éxito personal y una catarata de críticas quizás excesivas.
Porque a Jorge Javier hay que reconocerle al menos la valentía que otros muchos presentadores no tienen. Por ejemplo en un capítulo dedicado a las drogas: «Aitor (su entonces novio) y yo salíamos mucho. De lunes a jueves nos poníamos ciegos a gin tonics; las pastillas -el premio gordo de la semana- las guardábamos para gozarlas a partir del viernes. Éramos muy estrictos a la hora de colocarnos: no queríamos que nuestra afición pasase factura a nuestros respectivos trabajos. Drogarse entre semana era propio de “pastilleros”, una definición que detestábamos porque nos remitía a gente colgada, a niñatos del extrarradio que bailaban como robots con la mandíbula desencajada. Aunque, para ser sinceros, en más de una ocasión acabamos como ellos».