David Flores explota ante la última estrategia de Rocío Carrasco: «Si quiere llevar a mi hijo frente a un juez se equivoca»

Antonio David Flores es un padre herido. Un hombre al que han mutilado el corazón muy a su pesar.  El protagonista involuntario de una fábula con tintes dramáticos. Un padre al que se le quiebra la voz al referirse a sus hijos. Porque David no puede con tanta tensión. Se muestra incrédulo ante el triste devenir de los acontecimientos. Y, desencajado, mastica dolor y frustración. Al otro lado del teléfono nada hace sospechar que mienta. Está demasiado alterado como para encontrar un atisbo de invención o exageración. Ni siquiera su recurrente titubeo al invocar a su padre muerto desdibuja una angustiosa realidad con la que es imposible no empatizar. Es la misma verdad que intenta callar en privado. La que disimula cuando sus hijos revolotean cerca y le escuchan resoplar desde la habitación de al lado.

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Las últimas informaciones han acabado por llenar un vaso que ya rebosaba. Rocío Carrasco pide cárcel para él después de que denunciara en Lecturas que su hijo, aquejado de una enfermedad degenerativa, ya no forma parte de su lista de los afectos, que el trato dispensado en los últimos tiempos de convivencia rozaba lo prohibido. Insisten en que Carrasco pretende vengarse de David privándole de la libertad, ejecutándolo con concienzudo convencimiento. Acaso sin valorar que al aceptar sus pretensiones, sus hijos quedarían cuasi huérfanos. Sin protección económica ni física. Sin hogar. Sin la mano que ahora seca las lágrimas derramadas ante la ausencia materna. Porque el papel como padre de Antonio David es indiscutible. No solo porque la Asociación de Padres de Familia Separados de Asturias le otorgara hace unos meses un premio para reconocer su lucha infatigable, sino porque un juez recomendaba que sus hijos vivieran con él. Juntos. Sin separarse.

ANTONIO DAVID FLORES PREMIADO EN GIJON

 

Pero no es la primera vez que Rocío promueve su encarcelamiento. Lo intentó tres veces. Las tres ocasiones los magistrados decidieron archivar las causas. También por la vía civil. Nada de lo contado por Antonio David en los medios de comunicación era constitutivo de delito. Tal vez podría rozar lo amoral o lo inmisericorde. Tal vez lo inoportuno o lo incomprensible. Pero David calla. Nunca se ha mostrado victorioso ante el aplauso de la justicia: «No me ha hecho falta, yo tengo mucho miedo a hacer ruido. Quiero vivir en paz, con mis hijos, con mi familia. Me levanto todos los días para ir a trabajar y vivo con lo poco que tengo, sin pretensiones. Solo quiero estar tranquilo».

Es el flanco fácil. Hacer diana con él resulta casi una cuestión baladí. Quienes intentan desacreditarle abusan del argumento del oportunismo, de la mercantilización. Su última entrevista, por la que habría percibido cerca de 50.000 euros, le ha permitido sanear sus cuentas. Pero no como algunos comentan de forma aleatoria: «Claro que he cobrado. Ese es el dinero con el que consigo que mis hijos vivan. El que hace que pueda pagar un logopeda a mi hijo y un gimnasio para que siga evolucionado. El dinero con el que puedo pagar los estudios de mi hija y puedo cumplir con las obligaciones como padre. El que ella no pone. Cuidar a unos hijos también es afrontar los gastos y lo hago con mi esfuerzo porque son mis hijos. Y me necesitan».

Se insinúa que Antonio David podría haber infligido malos tratos a Rocío durante su último embarazo. Acusan entre dientes de que esa sería la causa de los problemas de salud del adolescente

Son, precisamente, los gastos derivados de los estudios de Ro Flores los que han vuelto a enfrentar a Rocío y David. La petición de la regulación del convenio no ha sido del agrado de la primera. Considera inapropiado e injusto tener que hacer frente al religioso pago de una manutención habitual entre padres divorciados. Antonio David impidió que la reclamación pecuniaria fuera por su parte: «Quise apartarla de ese mal trago. Cogí, me senté con mi hija y le dije: mira, vas a pedir lo que te corresponde, pero lo voy a hacer yo No quiero que te jorobes más la vida», me explica con evidente emoción. Es la misma con la que me habla de los últimos comentarios vertidos en un programa de televisión.

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Se insinúa que Antonio David podría haber infligido malos tratos a Rocío durante su último embarazo. Explican entre dientes que esa -y no otra- sería la causa de los problemas de salud del adolescente: «Es tan bárbaro escuchar esto desde un programa de televisión. Jamás he hecho algo así, más bien todo lo contrario. Plantear eso como una posibilidad, es no reconocer lo que sucedía en aquella época en su vida», se lamenta. David se tensa por momentos. Nuestra conversación es larga e intuyo de nuevo los sollozos: «No quiero que me oigas llorar porque conoces mi debilidad y creo que eso no es bueno que la gente lo sepa», se excusa con natural nerviosismo. Es la gota de agua que hace derramar el vaso.

Porque Rocío sí habla. Mantiene conversaciones puntuales con periodistas. Siempre con la misma cautela pero con exacta y medida indicación: «Ten cuidado y no digas que has hablado conmigo», repite como si de un mantra se tratara. He tenido muchas y constantes comunicaciones con ella. También en los últimos y revueltos tiempos. Pero ella siempre se mantiene certera y distante. Como una espectadora frente a una vida que no es la suya. Advertencia tras advertencia. Silencio tras silencio: «Nada es como se cuenta», me dice impertinente durante la última charla. ¿Qué es lo que no es cierto?, le respondo. Su mutismo llega acompañado de un suspiro final. La conversación se interrumpe.

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Rocío prefiere no entrar en detalles. No quiere explicar que su propia hija la llevó frente a un tribunal en el que, víctima de un ataque de nervios, acabó perdiendo el conocimiento en plena sala. Nada dice sobre las experiencias que la joven, con la angustia brotando de sus grandes ojos almendrados, relataba haber vivido en el mismo hogar que comparte con Fidel Albiac. Tampoco explica los motivos por los que decidió romper cualquier vínculo afectivo con ella. Ni las ocasiones en las que, agarrándola de la mano, su hija pidió salir de allí, hasta que se fue a casa de su padre. Carrasco se mantiene férrea en la posición más cómoda, tal vez la que no aprendió de la inmortal Rocío Jurado, quien saltaba, incluso públicamente, cuando la llamaban maniquí de los tobillos de elefante: «Llevo mucho tiempo apartando a mi hija de los medios, inculcándole que su vida tiene que ser diferente a la mía, que tiene que luchar por sus intereses, por crecer… pero no puedo tenerla en una habitación a varios metros de profundidad. Rocío está retando a su hija a que un día se canse y cuente la única verdad. A que un día explique su dolor pero espero que no llegue», concluye.

Es innegable que Rocío busca una confrontación innecesaria. Una estrategia judicial insólita. Pretende querellarse contra el padre de sus hijos por vulnerar los derechos fundamentales de los mismos. Es el colmo de la incomprensión. Una madre aparentemente ausente, que exige amparo judicial para quienes ahora no forman parte de su vida y quienes han pedido defensa mediática: «Si lo que pretende es llevar a mi hijo frente a un juez, se está equivocando. Rocío está corriendo un riesgo verdaderamente innecesario, algo que no debería hacer en ningún caso. Ella verá hasta qué punto quiere poner a mi hijo en el disparadero porque yo no me voy a quedar quieto. Lo único que sé y puedo decir es que estoy intentando sacarle adelante por encima de todo. Y que lo importante aquí no soy yo, son mis hijos. Si quiere saber algo de ellos, ya sabe donde estamos. Sus hijos la necesitan. Ojalá cuando llegue la hora de su final, sus hijos estén con ella, cogiéndole la mano y acompañándola en su despedida. Aunque ella no lo crea, es lo que me gustaría que sucediera». Sería un bonito final, difícil que suceda.