Es el hombre al que apuntan con el dedo. Quizás la persona a la que señalan como verdadero responsable del distanciamiento familiar. De esa huida hacia adelante de los hijos de Rocío Carrasco y Antonio David Flores. La sombra alargada de la duda se cierne sobre él. No es para menos. Fidel Albiac es, a ojos de quienes desesperan por la ausencia de su madre, el verdadero motivo de su cambio de vida. Me insisten con categórica vehemencia que aquello que sucedía en el domicilio familiar era imposible hacerles feliz. Está claro que Rocío y David no querían convivir con una realidad que no solo no les gustaba sino que les causaba un rechazo absolutamente frontal.
Sea como fuere, al otro lado del teléfono Fidel se muestra poco combativo. Insiste en que no se entromete en los asuntos mediáticos y que lo suyo, en cualquier caso, son los juzgados. Ya aburre tanta indiferencia declaratoria cuando no hay talón satisfactorio por delante. Porque Rocío y Fidel hablan, pero solo cuando se les engatusa con una cifra millonaria, algo que no me parece reprochable siempre que mantengas los principios mercantiles sin necesidad de abochornarse.
Lo que resulta indiscutible es la frialdad con la que uno y otra abordan un tema tan delicado como es la relación con sus hijos. Nada parece que les conmueva entre tanta penuria familiar. Me consta que se les ha comunicado la necesidad que tienen por recibir esa llamada que nunca llega, ese mensaje de aliento, ese apoyo en tiempos convulsos. Pero nada. El silencio golpea una y otra vez.