El día en que Carlos Falcó decidió empezar una relación con Esther Doña muchos se llevaron las manos a la cabeza. Predijeron que lo suyo sería flor de un día, que el amor saltaría por la ventana al mínimo desencuentro. Se equivocaron quienes buscaron infelicidad en el Marqués de Griñón. Erraron los maledicientes que pretendían empujar al fracaso un noviazgo marcado por el amor y el respeto.
Sin embargo es innegable que la marcada diferencia de edad provocó comentarios de todo tipo. Hubo quien, incluso, malmetió al Marqués contra sus propios hijos. Tamara, la más mediática, fruncía el ceño cada vez que se le preguntaba por la nueva pareja de su padre. Pretendía sonreír pero su lenguaje gestual le dejaba en evidencia. Aunque ellos se empeñan en negarlo, me explican que hubo tiempos coléricos entre ellos. Distancia que se hizo notar cuando en un acto público, Carlos evitó hablar de su hija y su evidente cambio físico.
El final del distanciamiento
Pero las aguas vuelven a su cauce. No podía ser de otra manera. La generosidad de Carlos es tan incuestionable como su arraigo familiar. Todos parecen haber entendido que él es ahora un hombre feliz. Esther le ha rejuvenecido y le ha hecho volver a creer en el amor. Me explican que ha habido un acercamiento familiar que esperan sea definitivo: «no ha hecho falta porque nosotros siempre nos hemos llevado bien», me explica el Marqués con esa gentileza y naturalidad que le precede, como restándole importancia a un hecho que es una realidad. Porque si algo pretende es que su familia permanezca unida. Y en la misma se encuentra ya Esther Doña.