Se conocieron, se enamoraron, se prometieron y se casaron. Así narran las crónicas de la época la historia de amor entre don Juan Carlos y doña Sofía. Sin embargo, muy poco de color rosa tiene esta unión, que ha aguantado el paso de los años por el compromiso inquebrantable que la soberana tiene desde su nacimiento con la monarquía. Ella ha sido la sufridora, la que ha aguantado carros y carretas. Mientras tanto, el rey ha hecho de su capa un sayo. Lo ocurrido en Botswana ya sucedió anteriormente. Ambos escapadas tienen nombre de mujer: Corina y Marta. Un día, la reina Sofía, cansada de de las humillaciones de su marido, quiso escapar. Preparó a sus hijos y los cuatro emprendieron camino a Madrás, donde vivían su madre y su hermana…
7El viaje a Lleida
La reina Isabel II de Inglaterra nunca le ha exigido a su esposo fidelidad. Criada en un ambiente donde se asumía que los hombres podían hacer lo que querían, la soberana se limitó a pedir al duque de Edimburgo lealtad. Don Juan Carlos no ha sido un marido fiel ni tampoco leal. Es lo que se desprende al conocer uno de los episodios más trágicos en la vida de doña Sofía. Los Reyes habían ido a pasar unos días al Valle de Arán acompañados de sus hijos. En Lleida, el monarca tenía un círculo de amigos y amigas con quien pasaba buenos ratos. La reina se dedicaba a estar con sus hijos, al esquí y a la lectura. Aquella fatídica noche, los reyes se estaban preparando para ir a cenar. Sonó el teléfono. Don Juan Carlos fue a la habitación de doña Sofía para decirle que algo le había pasado a su madre pero no le contó la cruda realidad, que la reina Federica había fallecido durante el transcurso de una operación de estética para suprimir las bolsas de los ojos. La reina, en su inocencia, creyó que su marido la acompañaría a Madrid. El monarca se quedó en Lleida disfrutando del descanso.