Barrio de Malasaña de Madrid, noche gélida y cerrada, sentimientos a flor de piel y la atracción y energía de la súper luna llena de diciembre fueron los principales ingredientes de la romántica cena de nuestra protagonista. Aproximadamente a las 20.45 de la tarde, Karmele Marchante entraba en el restaurante Clarita de la Corredera Baja de San Pablo con un chaquetón plumífero en tono gris plomo y un sombrero negro de estructura firme. «Buenas noches, creo que me están esperando…», le plantea a un camarero. «Efectivamente, acompáñeme». Entonces Karmele se quitó el abrigo pero nunca el sombrero, que permaneció en su testa durante toda la velada. La sorpresa de los testigos que nos cuentan esta trepidante historia es que Karmele se citaba con un señor. Pidieron algo de beber y de picar y en el tiempo de espera en que la comida era servida, Marchante aprovechó para fumarse un cigarrillo a las puertas del local.
Hasta donde sabíamos, la periodista estuvo casada con Diego Soto, conocido cariñosamente como Pichurrín o Ectoplasma -ambas acepciones acuñadas por ella misma-. La historia entre Diego y Karmele, con boda en Granada televisada por Sálvame Diario, programa en el que colaboraba hasta hace poco y del que ha salido por la puerta de atrás, finalmente no salió bien. Un cruce de acusaciones que incluyó hasta un presunto robo por parte del marido de la polémica periodista después de que se descubriese un perfil activo de Diego en una red social para buscar sexo esporádico.
Desde entonces no le hemos conocido varón y puede que esta nueva dirección profesional, dejando atrás Telecinco le haya traído también, por qué no, una nueva ilusión personal junto al misterioso señor con el que anoche cenaba y sonreía tímida y cómplice. Ella es un tsunami de amor y amar. Claro que sí, Karmele.