Alba Carrillo ya está en España. Sus vacaciones en Laponia han resultado un revulsivo necesario en tiempos de incomprensión social. Nada ha conseguido empañar una de las experiencias más mágicas de su vida. Un viaje inolvidable con el que ha conseguido mantener viva la ilusión del pequeño Lucas, que vive apartado de todas las polémicas televisivas. Es él quien permite que, como el junco, Alba se doble pero siempre siga en pie. Porque, a pesar de las críticas, la maniquí sigue marcando el ritmo de la actualidad y demostrando una espontaneidad que, para sus enemigos, es la mejor venganza. Resulta imperdonable los ataques, con retrógrado tufillo machista, que recibe por ser joven, guapa e inteligente. La tachan de inestable sin saber que su único desvarío es haber amado sin condiciones. Sin preguntas. Sin porqués.
Pero el tiempo, como en todo, dará y quitará razones. Incluso a aquellas que, desde sus púlpitos televisivos, proyectan sus frustraciones en ella. Sentencian con la misma facilidad pasmosa con la que describen distorsionadas irrealidades. Nada parece cierto entre tanta penumbra periodística: «Yo estoy tranquila, haciendo mi vida e intentado seguir hacia adelante», me dice Alba recién aterrizada. Es lo único que le importa.
Cambios importantes para Feliciano
Pero no lo tendrá demasiado fácil. Se avecinan novedades importantes. Y es que me explican que el horizonte de Feliciano es cada vez más oscuro. Una de las mujeres con las que mantuvo encuentros mientras matrimoniaba con Alba está a punto de salir de su escondrijo. Aunque temerosa de la reacción del tenista, me insisten que baraja la posibilidad de aparecer en los medios para confesar lo que realmente les unió. A buen seguro sería un testimonio clave para entender el cacareado despecho de Alba y la angosta travesía que atravesó la rubia durante su relación sentimental. Puede que sea este él punto de inflexión necesario para que Feliciano, que negocia un reportaje para compartir su día a día, entienda que el partido todavía no está ganado.