Que Tamara Falcó atraviesa un momento muy complicado es más que evidente. Solo hay que ver el drástico cambio físico que ha experimentado en los últimos tiempos. Ha dejado atrás su cuerpo de maniquí para lucir ahora mucho más rechoncha, como hinchada. Ella achaca a la tiroides su evidente transformación. No se esconde y, de hecho, saca rentabilidad de su nuevo cuerpo. Negocia a marchas forzadas con revistas y empresas que quieran seguir tirando del hilo para explicar cuánto de feliz está ahora que ya no debe preocuparse por ese michelín incómodo que asoma en los vestidos de pret a porter.
Pero la realidad de Tamara no es tan feliz. Ni mucho menos. Esta revista ha podido saber que la hija de Isabel Preysler no sonríe tanto en la intimidad como cuando los focos están encendidos y que, en realidad, está más que preocupada con las críticas y comentarios que puede recibir por su living la vida loca. Lo que es evidente es que parece que Tamara se enfrenta sola al peligro. Porque si algo tiene es que es valiente y constante. Quizás por eso ha querido celebrar su 35 cumpleaños de una manera muy especial.
Sin amigos, sin familiares, solo con el servicio doméstico de Villameona. Ni siquiera en un salón con muebles recargados ni los libros del tito Mario colgados de las estanterías. Las imágenes, que ella misma ha compartido en Instagram, distan mucho de lo que pensábamos podría ser un cumpleaños de los Preysler. Resulta triste, desangelado y verdaderamente preocupante que Tamara esté únicamente reunido con la plantilla que paga mamá para soplar las bengalas con las que le sorprendieron. También llama poderosamente la atención que, a sus treinta y cinco, la hija del Marqués de Griñón siga hablando y comportándose como una chica mucho más joven. ¿Interpreta un papel o realmente es así?