Jesulin de Ubrique está dispuesto a coger el toro por los cuernos. Quiere demostrar que, a pesar del devenir de los acontecimientos, siente que su papel como padre es férreo e incuestionable. Lleva años preparando lo que, algunos de sus más fieles amigos, califican como venganza premeditada. Jesús pretende recuperar el afecto y la complicidad de su hija Andrea y, para ello, está dispuesto a ser combativo y transparente.
Me insisten que el torero sí quiere mantener una conversación profunda con su hija para explicarle que, a pesar de lo que pudiera parecer, ha actuado con generosidad frente a su madre. Explican que uno de los argumentos que pretende esgrimir el diestro es que nunca, ni siquiera cuando la situación personal de Belén era más que dramática, intentó luchar por su custodia. Y no porque, sobre la mesa, tuviera los servicios de dos despachos de abogados dispuestos a embarrarse de forma gratuita. Me consta que también María José, a la que tachan de pérfida y deslenguada, apoyó la decisión de su marido. Ambos consideraron que luchar por la menor hubiera sido un golpe del que Belén no se hubiera repuesto.
Por eso les molesta e intranquiliza que la colaboradora de Sálvame no ceje en su empeño de arruinar vidas ajenas. No entienden cómo, a pesar de sus gestos benévolos, les atiza sin misericordia desde su púlpito televisivo. No cuestionan su proyección, su validez frente a las cámaras y, ni tan siquiera, desprecian que se sumergiera en el pozo de las drogas del que, valiente y luchadora, salió indemne, pero sí se preguntan el motivo por el que no quita el pie del acelerador.